España, el Sáhara y el Polisario

La Jabar Nº 2. 1999

César Goas Escribano
Nómada


Está muy extendida la opinión de que España abandonó, traicionó o hizo dejación de las obligaciones que como potencia administradora de los intereses del Sáhara le correspondían, tanto, que incluso militares que estuvieron destinados en el territorio y por tanto conocedores de la acción de nuestra nación en aquellas tierras tienen ese mismo sentimiento y, tal vez, hasta una cierta "mala conciencia" por lo que se ha dado en llamar abandono del Sáhara (conozco a alguno que se quitó del uniforme el distintivo de permanencia).

A esto ha contribuido en gran medida las publicaciones realizadas, tanto en la prensa como en libros, así como las opiniones de comentaristas y políticos que de manera más o menos parcial y no siempre muy acertada, intentaron e intentan en la actualidad -siempre que sale el tema- explicar, justificar o criticar la acción del Gobierno español en aquel momento, donde casi por unanimidad aparece España como la única culpable del proceso de descolonización.

Todo esto viene a colación por una llamada telefónica reciente de una doctora saharahui (ginecóloga) a nuestra casa preguntando por mi mujer, pues quería tener noticias de su maestra en El Aaiún. La conversación fue de lo más entrañable, rememorando el colegio, las otras alumnas, su actual situación, todas casadas, con hijos algunas, todas con estudios superiores o medios, residentes en España o en los Campamentos de Tinduf como es su caso, si bien actualmente permanecerá un año en las Canarias con una beca española para hacer un curso de su especialidad médica. No es esta la única ocasión en que saharahuis, entonces niños o jóvenes, se interesan vivamente por españoles que compartieron con ellos tristezas, alegrías e ilusiones; españoles que entregándose firme y generosamente a su tarea, fueron capaces de inculcarles la esperanza de un horizonte mejor para ellos y su querido Sáhara y que llamadas telefónicas como la descrita dan fe del grato recuerdo y la amistad que en ellos perdura.

Esta predisposición de ayuda al saharahui no estaba motivada por considerarles seres inferiores e indefensos a los que es preciso proteger misericordiosamente, ni por imposición gubernativa de difícil control, se trataba simplemente de ese afecto espontáneo que surge entre personas que conviven y participan activamente de los avatares diarios, en plano de igualdad que cristalizan generalmente en mutua consideración y respeto; entonces es difícil entender esas críticas tan duras a la actuación de España en el Sáhara, cuando es evidente que el componente básico y esencial de la nación es el grupo humano que la constituye; así pues, de admitir como verdaderas tan acerbas aseveraciones, caeríamos en la contradicción de una buena actuación personal prácticamente generalizada, y pésima referida a la nación. Es innegable que el Gobierno español decidió entregar el territorio a Marruecos y Mauritania, las vicisitudes del momento son de todos conocidas y no es preciso detallarlas, entre otros motivos porque excedería con mucho la extensión de este trabajo, pero si es necesario hacer algunas consideraciones sobre la actuación del POLISARIO que, según mi opinión, también tiene una gran responsabilidad en la situación actual del Sáhara.

El Congreso fundacional del POLISARIO se celebra el 10 de mayo de 1973 y nace con un marcado carácter nacionalista revolucionario y en su Manifiesto Constitutivo, entre otras, afirma: "Se constituye el Frente Popular para la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro en tanto que única expresión de masas, adoptando la violencia revolucionaria y la acción armada como medio para llevar al pueblo saharahui árabe y africano hacia la libertad total del colonialismo y el enfrentamiento a sus maniobras", "es parte de la revolución árabe" y termina "con el fusil arrebataremos la libertad". Quiere decir que con estos planteamientos fundacionales pocas posibilidades de entendimiento y diálogo podrían darse entre el Gobierno español y el POLISARIO, y así, en ese proceso revolucionario se enmarcan todas las acciones que a partir de ese momento se desarrollan en el Sáhara, de modo que, cuando el 12 de mayo de 1975 visita El Aaiún una delegación de las Naciones Unidas, las banderas polisarias y las manifestaciones antiespañolas es lo más notorio que los delegados internacionales pueden apreciar y se puede afirmar que allí, en ese instante, la suerte del Sáhara está echada. Si, como en el Manifiesto se dice, el objetivo final del POLISARIO es acabar con el colonialismo español, es evidente que lo ha conseguido, entonces no se entienden los continuos reproches de abandono e incumplimiento de las obligaciones del Gobierno español para con el pueblo saharahui, de los que ellos se habían erigido como únicos portavoces.

Creo que el POLISARIO se equivocó al plantear la lucha revolucionaria armada como el único medio para lograr la independencia del Sáhara, por otra parte deseada por casi todos los españoles residentes en él; distinto hubiera sido que los saharahuis hubieran expresado su apoyo y adhesión a España de manera pública ante los delegados de las Naciones Unidas, al menos, al Gobierno español se le habría planteado un grave problema político y le hubiera sido mucho más difícil, y desde luego injustificable, haber dejado el territorio. Si los dirigentes del POLISARIO hubieran analizado fríamente la situación de aquel momento, tal vez habrían visto que a Marruecos sus intereses le empujaban hacia los fosfatos y el banco de pesca sahariano; que para Argelia era importante tener una salida al mar, esos mismos fosfatos y evitar que el vecino marroquí dominara todo ese territorio, y que España era la menos interesada en permanecer en él contra el parecer del pueblo saharahui, unido a que un Sáhara independiente y amigo era garantia de riqueza para las islas Canarias y el mismo Sáhara. Si, como digo, y ya es mera conjetura, el POLISARIO hubiera valorado todos los factores, habría llegado a la conclusión de que el mejor medio de alcanzar su objetivo era conseguir que España permaneciera en el territorio, para lograr en posteriores y sucesivas etapas su pleno gobierno. Hubiera sido menos heroico, menos romántico y revolucionario, pero posiblemente más eficaz.

Así, cuando en 1975 se procedió a su evacuación, el sentimiento general no fue el de abandonar a los saharahuis frente a los blindados marroquíes, como alguno ha escrito, sino de tristeza y estupor por dejar unas tierras y unos amigos muy queridos.

Estas consideraciones no tienen otro objeto que mostrar un punto de vista distinto a los planteamientos más comunes, y presentar las posibles responsabilidades que cada parte pueda tener y siempre con el ferviente deseo de que el Sáhara logre pronto la paz y la ansiada independencia que en justicia merece.