No hay una explicación que justifique el fenómeno anímico que suele producir el desierto africano entre los europeos. Nadie es capaz de entender que fenómenos de su entorno o que rasgos de la idiosincrasia de sus habitantes, pueden justificar tal seducción. Quién sabe si es la claridad lunar de una fría noche de invierno, la estampa de la tierra batida por los vientos huracanados, la inmensidad de los horizontes perdidos en lontananza, el momento feliz de los campamentos efímeros montados en los cauces de arena al amparo de un fuego o el roce con un pueblo frugal y sencillo que simplemente tiene su norte puesto en Dios como principio y fin de todas las cosas.
Ernesto Psichari un antiguo oficial meharista francés decía “que hay que venir a África para aprender de estos grandes soñadores del desierto.” Hay en efecto una “llamada de África” que es difícil de entender. Este imán sin duda ha tenido gran influencia en las almas de jóvenes profesionales militares, de distintas generaciones y países, que todavía llegaron al desierto con los botos cubiertos con el polvo de los campos de maniobras de las Academias militares.
El destino al Sahara abría un mundo nuevo muy diferente a la vida monótona de guarnición en una ciudad peninsular. Quedaban arrinconados en los baúles académicos los viejos reglamentos de táctica o de logística, de orden cerrado o de contabilidad de las Unidades y hacían otro tipo de trabajos sobre los que gira su nueva ocupación, como eran los “asuntos indígenas” que constituían la condición esencial del mando de las tropas saharianas, su razón de existir y el eje sobre el que giraban sus funciones profesionales.
Los militares poseían en África un inmenso abanico de posibilidades, que les convertían en honrados consejeros, sencillos arquitectos o ingenieros, improvisados médicos, ecuánimes jueces, doctos maestros. Sabían, por principio, que debían impulsar la enseñanza, cuidar la emisión de juicios que mejorasen los de la justicia islámica, ejerciendo sin arrogancia un papel de misionero.
En Tetuán, desde finales de los años treinta estuvo funcionando, por inspiración de la Delegación de Asuntos Indígenas, una Escuela militar donde se impartían enseñanzas relacionadas con la justicia islámica, el Corán, el leguaje árabe y bereber y el aorf o costumbre del pueblo marroquí, a los futuros oficiales Interventores que al término de un curso, actuarían como administradores en el protectorado español en Marruecos.
El profesorado de esta Escuela escogido entre los más cultos arabistas, constituyó un claustro formativo de jóvenes generaciones de Oficiales que ejercieron su labor de Interventores u oficiales de Mejaznía y Mehal- no sólo en Marruecos, sino también en Ifni y el Sahara en calidad de Oficiales de Asuntos Indígenas. El prestigio, esa mítica palabra que persigue al militar a través de su carrera profesional y que se gana con el buen crédito que le conceden sus subordinados, compañeros y superiores, tiene una singular connotación en el mando de tropa indígena, al tener que demostrar la superioridad moral, espiritual y física en cuantas aventuras, trances y sacrificios impone África, como es la exigencia de ser mejor jinete a caballo y a camello, más resistente al frío y al calor, más frugal en las comidas y en la bebida y especialmente el que con un arma en la mano, posee más puntería que el mejor de sus áskaris.
Esta condición de superioridad concede al oficial la varita mágica que proporciona el prestigio, término que si en el Ejército se considera primordial para el futuro de un profesional en África era absolutamente indispensable para el ejercicio del mando. Decía el capitán Vitale, un experto oficial meharista italiano, testigo de la campaña de Fezzan que: “el oficial de una Unidad nómada que no lleva en el corazón estos sentimientos que se perciben en el desierto se sentirá abatido, anonadado por la soledad y perderá sus energías que en otro lugar distinto del Sahara podrían ser excelentemente empleadas.”
El teniente coronel Matherne, en un curso de preparación de oficiales de Asuntos Indígenas manifestaba: “un buen Oficial del Ejército posee la mayoría de las cualidades precisas para convertirse en un buen oficial de Asuntos Indígenas, función que les va a reservar satisfacciones que no pueden medirse en la escala de banalidades metropolitanas.”
Y Henri Bruno, en un artículo titulado "en busca de una política indígena" escribía que a África se le sirve llevando el progreso de nuestra civilización por medio de una política de asociación y cooperación, impartiendo “una buena justicia y ampliando el conocimiento de los indígenas, de su carácter y de sus tendencias, la previsión de sus necesidades y la dirección de su actividad.”
También hubo españoles que emitieron acertados juicios sobre las cualidades de los oficiales africanos: el general Emilio Mola Vidal, siendo teniente coronel, escribió una obra muy completa sobre el mando indígena, titulada “para los Oficiales de Infantería en Marruecos” en la que expuso detalles relativos a la instrucción de la tropa, normas y consejos a tener en cuenta sobre posiciones fortificadas, vivacs, blocaos, avanzadillas, descubiertas, emboscadas, sorpresas y formas de combatir ante un posible enemigo árabe, así como composición, misiones e idiosincrasia de los componentes de las harkas.
El capitán de Infantería José Alonso Mayo que prestó continuados y brillantes servicios en las unidades de policía en Ifni y más tarde en el Sahara, escribió en la Revista Ejército que: “El oficial con mando indígena en su vida y actuación, es como si marchase por encima de un alto y estrecho muro, en que por todos es contemplado; nada de cuanto haga pasará desapercibido y cualquier vacilación en su camino, le puede hacer caer al vacío, siendo condición fundamental para que no le ocurra este percance, tener vocación, espíritu de sacrificio y un poco de arte en el empleo de la energía o de la tolerancia, según convenga.”
El Teniente General Carlos Martínez Campos Serrano, tuvo ocasión en el empleo de capitán de Artillería, de asistir como observador a la campaña de las tropas italianas en el Fezzán. Al regreso de su misión, escribió una obra sobre su experiencia, prácticamente un manual de empleo de las unidades saharianas a camello, que abarcaba aspectos de tanto interés como eran la selección de la oficialidad, la formación de las clases indígenas, el empleo táctico de este tipo de Unidades y de los centros de producción de meharis, métodos de compra de ganado camellar y empleo de los automóviles y la cooperación de la aviación con las tropas saharianas.
El teniente coronel Enrique Alonso Allustante que mandó en 1960 la Agrupación de Tropas Nómadas aconsejaba en una conferencia a sus oficiales “que no creyeran que el servicio en los Grupos Nómadas es el lucimiento personal de un primer actor cinematográfico de películas coloniales.” En fin que prestar servicio en las unidades saharianas implica un firme compromiso vocacional, preparación, amor a la responsabilidad y firme carácter.
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